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domingo, 20 de noviembre de 2016

¡LAS GEISHAS NO SON PUTAS!

Japón es fascinante. Lejano, pero fascinante.
Gracias a la globalización hemos tenido acceso no sólo a su tecnología, sino también a diversos productos culturales como el anime, sushi, Hello Kitty y en el 2020 (Dios mediante) podremos disfrutar de las olimpiadas en Tokio.

Una de las cosas más hermosas que nos ha regalado Japón es la literatura, la cual nos habla en detalle de un mundo de vida totalmente diferente al nuestro, que muchas veces nos cuesta entender. Por esto mismo, así como estamos rodeados por diversas expresiones de la cultura japonesa, también tenemos un montón de confusiones y malentendidos con otras, tal como sucede en el caso de las geishas. Sí, las geishas. Esas sobrias y hermosas mujeres de coloridos kimonos y cara blanca.

Justamente, si le preguntamos a alguien en la calle qué es una geisha, lo más probable es que nos responda:

—¡Ah sí! ¡Las putas de Japón!

Entiendo que ese país está lejos y las geishas cada vez son más escasas, pero aún así considero conveniente hacer una aclaratoria sobre lo que realmente hacen estas mujeres, pues lo cierto es que no existe nada más alejado de una geisha que una prostituta.


Mineko Iwasaki, una de las geishas más prominentes, famosas y exitosas de Japón, escribió un libro llamado Vida de una Geisha y en el mismo no sólo narra sus memorias, sino que también brinda una gran cantidad de detalles sobre la vida de estas mujeres, haciendo énfasis en la disciplina que deben tener como profesionales y artistas y, más específicamente, sobre el hecho de que una geisha o geiko es una mujer que se dedica a las artes y al entretenimiento, nunca al acto sexual o carnal.

Pero primero lo primero, repasemos algo de historia.

Origen

La palabra Geisha se traduce, literalmente como “persona de las artes”.
En un principio, esta profesión era ejercida tanto por hombres como mujeres y la misma consistía en que este artista se formara en las artes tradicionales japonesas tales como la danza, la música, la poesía y la conversación, entre muchas otras.

Fue por los años 1800 que los geishas masculinos (llamados hōkan o taikomochi) empezaron a declinar, dándole paso a las onna geisha (literalmente “geisha mujer”) de convertirse en las únicas artistas y anfitrionas encargadas de todas estas actividades, haciéndose una práctica común y exclusiva del género femenino en Japón y afianzándose a lo largo de la historia hasta nuestros días.

De esta manera, las geishas son mujeres que inician su entrenamiento a partir de los quince años -o incluso desde antes- en todo lo que concierne a las artes tradicionales japonesas como la práctica de instrumentos como el shamisen, danzas típicas y una de las más importantes, la conversación, la cual es fundamental en las reuniones que preside la geisha, ya que su papel es el de ser anfitriona.


Maiko vs. Geiko

Para ser una geisha es necesario un montón de preparación y trabajo duro y la verdad es que las aprendizas son llamadas maiko -jóvenes en la primera fase de entrenamiento- mientras que las geishas ya maduras son llamadas geiko y hay algunas diferencias estéticas que nos permiten identificar a cada una a simple vista:

Las Maiko son más jóvenes y esa inocencia y alegría se expresa en toda su apariencia. Los kimonos son mucho más coloridos, los estampados más vistosos y las mangas mucho más largas. El obi tiene una pesada y larga cola en la parte posterior y junto a esto, usan un cuello o eri de color rojo, el cual simboliza la vitalidad de la juventud.
Su cabello consiste en un penado llamado Momoware, que tiene la forma de un durazno gigante con una llamativa cinta roja en el centro, así mismo, los accesorios que usan son mucho más llamativos y la cantidad es mayor que la de una geiko.
Finalmente, el maquillaje consiste en una capa blanca sobre el rostro y cuello, el labio inferior pintado de rojo carmín y rubor en las mejillas para acentuar el aire infantil.


Con esta apariencia también hay diversos compromisos que la aprendiza debe cumplir, tales como continuar con sus estudios en las artes para convertirse en geiko y permanecer bajo la tutela de su “hermana mayor”. Así mismo, el contenido de las danzas y demás expresiones artísticas responderán a su edad y preparación para llevarlas a cabo.


Por otro lado, las Geiko son aquellas jóvenes que han pasado  su etapa de aprendizaje y han superado diversas pruebas. Se caracterizan por ser artistas maduras, llevando kimonos mucho más sobrios, con algunos detalles en la falda, mangas más cortas y un obi recogido en la parte trasera.
El nuevo peinado será el shimada-mage, seguirán usando accesorios para el cabello, llamativos pero en menor cantidad que antes.
El maquillaje también cambia, pues ahora consistirá en la típica capa blanca en el rostro con ambos labios pintados de rojo carmín, los cuales simbolizan en paso de la juventud a la madurez.


Junto a su apariencia, ahora la geiko podrá interpretar nuevas piezas artísticas a las que antes no podía acceder, también puede decidir si independizarse o seguir viviendo en la okiya -casa de geishas- con el resto de sus compañeras.



No son putas

Uno de los orígenes de este malentendido, surge después de la Segunda Guerra Mundial en el momento que los soldados estadounidenses invaden Japón.
Al ser completamente ignorantes de la cultura nipona, los soldados estadounidenses estaban fascinados por todo lo nuevo que veían. Para las prostitutas japonesas, esto era una oportunidad así que, para poder cobrar más por su trabajo, se pintaban la cara de blanco y lucían kimonos coloridos haciéndose pasar por geishas. De esta manera, los soldados, ignorantes, pensaron que se estaban acostando con una verdadera y exclusiva geisha, cuando lo cierto es que una verdadera geisha nunca habría hecho tal cosa, ya que su profesión es la de una artista y su estricto código de comportamiento simplemente no permitía una cosa como esa.

Así pues, de regreso en los Estados Unidos, los soldados trajeron la concepción errónea de que las geishas son mujeres que venden sexo, simples prostitutas con aspectos rebuscados para hacerse interesantes.

Junto con este malentendido, están obras que aprovechan lo exótico de las geishas para mezclarlo con la ficción y de esta manera, lograr que el malentendido sea aún mayor. Tal es el caso del libro Memorias de una Geisha escrito por Arthur Golden, en el cual le asigna rituales y comportamientos propios de las prostitutas para hacer su historia más picante.

No me mal entiendan, el libro sí es bueno y la historia es conmovedora, además del hecho que el autor hizo un exhaustivo trabajo de investigación en el cual logró documentar muchos detalles interesantes de la vida de las geishas para colocarlos en el libro, pero aún así, pinta a estas artistas como mujeres que se esfuerzan toda su vida para alcanzar el perfeccionamiento de las artes japonesas tradicionales para finalmente, hacer recaer su valor en cuánto quiere pagar un tipo por su virginidad.

Algo absurdo y alejado de la realidad.

El problema con este tipo de libros es que la gente no suele investigar más allá, por lo que se quedan con esa concepción errónea y la reproducen sin siquiera estar seguros. Esto se hace mucho peor cuando sacan una película (sí, dirigida por Spielberg) en la cual sigue cometiéndose el mismo error, a partir de lo cual se reproduce (AÚN MÁS) el estereotipo y el malentendido, condenando a estas profesionales a ser vistas como simples prostitutas por el resto del mundo.

En su libro, Mineko Iwasaki habla detalladamente de los rituales y códigos que se siguen cuando una joven se decide a ser una geisha, y algo que deja muy en claro es que estas profesionales no tienen permitido ningún tipo de contacto sexual con los hombres.



Si bien es cierto que la mayoría de sus clientes pertenecen al género masculino, estas mujeres tienen terminantemente prohibido dejar entrar hombres a la okiya. Además, cuando quieren tener una relación sentimental, primero deben notificar a la dueña de la okiya o “madre” para que la misma permita o bendiga esa unión.

A pesar de todo esto (y muchas cosas más que no da tiempo de mencionar aquí), la reputación de estas mujeres está bastante arruinada en el mundo, o al menos en cuanto a los estereotipos, tanto así que en el Miss Universe del año 2009 le llovieron críticas a la concursante del país nipon, la cual tuvo que cambiar su atuendo típico para no reforzar o incrementar el malentendido sobre ese aspecto de su cultura, sumado al hecho de que sentían preocupación por transmitir una idea errónea en cuanto a este país.



De esta forma, es una lucha para nuestros amigos de Japón y, personalmente, la razón por la que decidí informarme sobre la verdad de este tema fue porque me indignaba demasiado pensar que unas mujeres tan hermosas, serias y tan dedicadas invirtieran tanto esfuerzo, dinero y habilidad para ser unas simples putas.

Pero en fin, este es nuestro mundo: uno lleno de malentendidos, gente estúpida y otros más que se quedan con lo primero que les dicen. Luego estamos otros que nos indignamos con algunas cosas sin importancia y nos abrimos un blog para escribir sobre ellas.

Eso está bien, especialmente porque aprender es divertido y compartir lo que se aprende lo es aún más, así que, la próxima vez que hables de Japón recuerda que es algo más que Pokémon y sumos.

Y las Geishas son más que maquillaje y kimonos, pero más importante, ¡NO SON PROSTITUTAS!

☺☺☺



martes, 11 de octubre de 2016

HEIDI: LA VERDADERA MARXISTA

Creo que todos conocemos a Karl Marx o Carlos, como algunos lo llaman en español. Nacido en el año 1818 en el antiguo Reino de Prusia y fallecido en el año de 1883 en Reino Unido, fue un filósofo, periodista, intelectual y militante comunista alemán de origen judío. Popularmente conocido por su obra El Capital y el Manifiesto del Partido Comunista, es estudiado hasta el día de hoy por sus aportes intelectuales y completos análisis sobre los cambios que se desarrollaban en la sociedad durante el momento de la Revolución Industrial. (Eso por decir lo menos.)




Ahora bien, es bastante probable que pocos conozcan a Johanna Spyri, nacida en el año 1827 en un tranquilo pueblito en Suiza y fallecida en el año 1901, es la autora de una de las obras más importantes y queridas en la literatura infantil: Heidi.


¿Qué tienen en común éstas dos personas?

Pues verán, después de varias lecturas al libro de Spyri, en comparación con lo poco que he leído sobre Marx, he llegado a la conclusión de que Heidi, la niña de Spyri, es lo más cercano a lo que el mismo Marx considera un marxista. Sí, Heidi es una verdadera marxista y para ello, decidí ayudarme con un escrito del señor Erich Fromm: Marx y su concepto del hombre.

Vamos por partes: el personaje de Heidi, es una dulce niña huérfana que es enviada por su tía Dora, a vivir con su abuelo en las remotas montañas de los Alpes Suizos. A partir de allí se sostiene el argumento de la historia, la cual se basa en la descripción de la vida en las montañas y cómo la misma choca con la vida en la ciudad (específicamente Frankfurt) a la cual es llevada Heidi más adelante.




¿Pero qué tiene esto que ver con Marx y su concepto del hombre?

“El fin de Marx era la emancipación espiritual del hombre, su liberación de las cadenas del determinismo económico, su restitución a su totalidad humana, el encuentro de una unidad y armonía con sus semejantes y con la naturaleza." (Fromm, 1970: p.15)

A partir de esa cita, empezaremos nuestro análisis de diversos elementos de la novela:

Liberación de las cadenas del determinismo económico


Para Marx, lo que los individuos son depende de las condiciones materiales de producción, es decir, la manera en la que se obtengan las cosas que necesita la gente para vivir, para cubrir sus necesidades. Eso es lo que determinará la organización social y por ende, las ideas e intereses de los mismos. Marx creía que el hombre y la naturaleza eran uno solo, y que la segunda podía ser aprovechada por el hombre sólo para cubrir las necesidades básicas que garantizaran la existencia.

La vida en los Alpes era sumamente sencilla, humilde, sin lujos y con una dinámica bastante parecida a la del día anterior. Así pues, la vida de la pequeña Heidi consiste en despertar con el sol, asearse, ordeñar a las cabras (actividad fundamental antes del desayuno), comer con el abuelito y luego, acompañar a Pedro el cabrero a pastorear a las cabritas en la pradera. El final del día consistía en volver a la cabaña, despedirse de las montañas bañadas en fuego al atardecer, cenar, contarle al abuelo sus aventuras para, finalmente ir a dormir hasta el día siguiente.

Puede parecer monótono, hasta aburrido, pero lo cierto es que a través de esta relación constante con su entorno y la naturaleza, Heidi desarrolla una gran sensibilidad hacia el mundo que la rodea: animales, plantas, montañas, clima y finalmente, las personas con las que comparte el mismo. Claro que, esto es gracias al conocimiento y sensibilidad transmitidas por el abuelo, quien lleva muchos años viviendo como un ermitaño apartado de la aldea y amargado ante la idea de tener que interactuar con la gente del pueblo de Dörfli.




“El trabajo es el factor que constituye la mediación entre el hombre y la naturaleza.” (Fromm, 1970: p.28)

En los Alpes, Heidi, su abuelo y la gran mayoría de los habitantes de Dörfli viven del fruto cotidiano de su trabajo. Un ejemplo claro de esto son las cabras, las cuales son sumamente importantes en la dinámica de la montaña pues, a partir de su leche, se obtiene el queso (una de las comidas principales) y muchos otros derivados que forman parte de la dieta de estos personajes.

Así mismo, las verduras y frutas son cultivadas por los propios consumidores y si bien es cierto que se dan intercambios económicos utilizando dinero, la figura del trueque está muy presente. De esta manera el trabajo también se convierte en un mecanismo de relación con la naturaleza, de la cual se obtiene el alimento para vivir, siempre y cuando no se caiga en la codicia o en la acumulación. (Evitando así la enajenación).

“Las verdaderas necesidades del hombre son aquellas cuya satisfacción es necesaria para la realización de su esencia como ser humano.” (Fromm, 1970: p.73)

En el caso de Heidi, sus necesidades inmediatas en este contexto son comer, salir a jugar y explorar con su amigo Pedro; aprender y preguntar cosas a su abuelo. Heidi tiene una necesidad por conocer su entorno, por lo que ser curiosa es una condición ontológica en ella. La observación y reflexión también son actividades que realiza con frecuencia a pesar de ser tan pequeña, ya que, siente fascinación por el imponente paisaje que la rodea y todo lo que constituye, convirtiéndose lentamente en parte de ella.


Emancipación espiritual del hombre


Transcurridos unos años en las montañas, Heidi se ha convertido en una experta en cuanto a vivir en las mismas. Cada día es un nuevo descubrimiento para ella y por primera vez en su corta vida, siente que tiene un hogar.

La pequeña se encuentra en un estado de plenitud que está ligado no sólo con su entorno sino también con su condición de niña. Ha aprendido a cultivar la compasión y el servicio (hacia sus amigos y familia) al mismo tiempo que ha logrado una personalidad contemplativa.

Un día, la tía Dora regresa a la cabaña de los Alpes para llevarse a Heidi a la ciudad de Frankfurt, en donde ha encontrado trabajo y un buen lugar para Heidi en la casa de los Sesseman, una familia adinerada en la cual la niña será la compañía de Clara, una joven parapléjica y deprimida que casi nunca sale de casa por su delicada salud. Esta oportunidad es planteada por Dora al abuelo como única, ya que le permitirá a Heidi recibir la educación de una señorita de ciudad, aprender a leer y escribir, sin mencionar que también tendrá techo y comida: en pocas palabras, una vida resuelta.

Al principio el abuelo se opone, pero finalmente cede, pues Dora lo convence de que la vida de una ermitaña en los Alpes no es la mejor opción para una niña de diez años. Heidi por su parte decide ir (prácticamente engañada por Dora), con la idea de que pronto volvería a sus queridas montañas y con su amado abuelo.

Una vez en Frankfurt el golpe es bastante duro: una gran ciudad, ruidosa y con mucha gente. Una casa enorme que ahora sería su hogar, muchas normas, etiqueta y deberes con los cuales cumplir hacen sentir a Heidi algo agobiada, pero también es cierto que se hace gran amiga de Clara.




“El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general (…) el ser social determina su conciencia.” (Fromm, 1970)

De esta manera, el nuevo entorno moldea una nueva Heidi, desde su forma de comportarse hasta su propio nombre pues, la institutriz de Clara (la señorita Rotenmeier), se dirige a ella como Adelaida.

Aún así la “pequeña suiza” sigue manteniendo su esencia, aprende a escribir y leer e incluso aprende sobre la religión católica (con ayuda de la abuela de Clara). Se relaciona con Clara hasta el punto de ser como hermanas y el señor Sesseman se encariña tanto con ella que decide adoptarla, pero esto solo significa la renuncia total a su antigua vida de ermitaña.

Heidi ha traído una gran mejora en la salud de su amiga, alegría en la enorme mansión y a cambio, ella ha recibido educación, amistad y amor pero aún así algo le falta. Extraña a su abuelo, a Pedro, las cabritas, pues su vida y su verdadera esencia está en las montañas, con el sol y el viento.

Luego de casi dos años en Frankfurt, entendiendo que no regresaría con su abuelo, Heidi cae enferma, deja de comer y empieza a padecer de sonambulismo, por lo cual, el señor Sesseman habla con su hija y toman la decisión de enviarla nuevamente a su hogar.

Restitución a su totalidad humana


“Las circunstancias hacen al hombre y el hombre a las circunstancias.” (Fromm, 1970: pp. 33-34) 

De esta manera, un nuevo episodio en la vida de Heidi comienza: el regreso al hogar, a su esencia, a su corazón, con todo lo positivo que le ha traído su experiencia en la ciudad, conocimiento y la nueva relación establecida entre la divinidad (católica, en este caso) con la naturaleza.

Las circunstancias han moldeado a Heidi y, de una manera u otra, ella ha moldeado las circunstancias hasta el punto de alcanzar su más profundo anhelo. En este punto de la historia, ha aprendido a amar a sus nuevos amigos de Frankfurt y éstos han alcanzado un amor y reconocimiento hacia Heidi que solo evidencia un sentimiento de igualdad enmarcado en la comprensión y decisión de dejarla ir, con la promesa, claro está, de volverse a encontrar en los Alpes.

“La existencia de lo que amo realmente (…) es sentido por mí como una necesidad, sin la cual mi esencia no puede realizarse, satisfacerse, completarse.” (Fromm, 1970: p.46)




El encuentro con una unidad y armonía con sus semejantes y con la naturaleza


Heidi regresa a los Alpes porque allí está ella, es lo que ama y lo que la hace ser quién es. Vivir en los Alpes es una necesidad, es feliz y es una con su abuelo, Pedro, la abuela de Pedro, su cabritas y ahora podrá compartir con su querida Clara ésta parte de ella y ser más unidas, más iguales. Es un final feliz con una Heidi agradecida con la vida por dejarla volver a las montañas, un abuelo que ha recuperado la confianza en los demás y en Dios gracias al regreso de su amada nieta, Pedro que ha recuperado a su amiga y compañera y una familia en Frankfurt que ha recuperado una hija y ganado otra. 

El final del libro de Spyri es una alusión de que volver a las raíces y a la sencillez, es la respuesta ante las nuevas dinámicas modernas que empezaban a vivirse por aquella época. El regreso a Dios es una metáfora que acompaña el regreso a casa de Heidi, igual que en la parábola del hijo pródigo. De alguna manera, Spyri nos invita a conocer su mundo, su hogar y su origen, al mismo tiempo que hace un  llamado a regresar a lo más esencial del ser humano para alcanzar la verdadera felicidad, aquella capaz de trascender.


 “Y todavía pasaron muchas cosas en la cabaña del abuelo y Heidi fue más feliz que lo que había sido nunca, pues pudo hacer dichosos a los que amaba y habían sido buenos con ella en los días tristes, pero muy útiles, que pasó en la ciudad. Y para Pedro, su abuela y algunos sencillos habitantes de Dörfli, hubo más de una sorpresa en todo lo que aconteció después, y que otro día contaremos si la historia de Heidi os ha gustado.” (Spyri, 1975: pp. 226-227) 



lunes, 12 de septiembre de 2016

FEMINISMO CELTA

Hace algunas semanas terminé de leer mi primer libro en inglés.
A pesar de que hubo muchas palabras que no conocía y algunos párrafos se me hacían más complicados que otros, lo disfruté. Muchísimo.

The Wind from Hasting se llama, escrito por Morgan Llywelyn.

Es una novela histórica que trata sobre uno de los episodios determinantes en la unificación de Gran Bretaña como un gran reino y, aunque me encantan las historias relacionadas con el mundo celta y caballeros británicos luchando en campiñas verdes y nubladas, admito que una de las cosas que más me gustó fue el personaje principal, desde el cual es abordada la historia: Edith de Mercia.

Antes de leerlo, no tenía ni la más remota idea de nada sobre todo este tema, o sobre Edith. Lo cierto es que lo encontré hurgando en un puesto de libros de segunda mano y, como quería practicar mi lectura, lo compré.

Resulta que luego de googlear un poco, aprendí que Edith era hija de Aelfgar, Conde de Mercia, uno de los reinos dentro de lo que hoy conocemos como Gran Bretaña, haciendo que el bendito librito me interesara aún más.

Dentro de la novela es descrita como una joven sacada de su hogar para casarse con un completo extraño: Griffith ap Llywelyn, príncipe de Gales. Luego, con el transcurso de la guerra, éste es asesinado y ella es obligada a casarse nuevamente, esta vez con el asesino de su esposo: Harold Goodwinson, convirtiendo a Edith en la Reina consorte de toda Inglaterra. Claro está que, dado que era heredera de uno de los clanes que también tenían partido dentro de estas luchas de unificación, ese matrimonio era una medida para mantener el control sobre el recién unificado reino: tan frágil y volátil a causa de todos aquellos con ambición de ser el rey. El único y legítimo.

Pero más allá de esos conflictos de poder y el hecho de que toda una cultura se vio desplazada y erradicada a causa de la adopción del cristianismo, me gustaría hacer énfasis en la relación entre Edith y Griffith, quien como ya dije, era un príncipe galés, es decir, un celta.


Cuando leemos un poco sobre esta cultura y el papel que jugaban las mujeres en la misma, me atrevo a decir que ser celta era lo más cercano a ser un feminista o al menos, uno verdadero:

En primer lugar, las mujeres celtas eran criadas con la misma libertad que los hombres, se les enseñaba a trabajar para ganarse el sustento, no se les excluía de la educación, por lo que tenían oportunidad de desenvolverse en una profesión y también podían valerse de su rango y fama para desarrollarse como individuos, igual que lo hacían los hombres.
Al tener las mismas oportunidades sin ser discriminadas por su género, se mantenía una condición de igualdad entre hombres y mujeres y también podían desempeñarse en actividades que dentro de nuestra concepción, están destinadas a los hombres. Tal como son las actividades militares. En la historia tenemos el ejemplo de Boudicca, la reina celta que junto a sus hijas y su ejército, se enfrentó a las fuerzas romanas en el año 61 D.C. en rebelión para defender las Islas Británicas. 

Otra actividad era la política, como demuestra la reina guerrera de los irlandeses: Maeve, quien estando casada con el rey Aillis, era la que detentaba la soberanía.


Pero más allá del importante papel que jugaban las mujeres dentro de esta sociedad, algo que me parece súper genial de todo esto es la concepción que se tenía del matrimonio, el cual era un contrato entre dos personas, por lo que, nadie era dueño de nadie. La mujer podía aceptar o rechazar al pretendiente que ella quisiera y, una vez casada, los derechos sobre los bienes comunes eran iguales.
A pesar de que se consideraba al hombre como el jefe del matrimonio, no tenía ninguna autoridad para esclavizar a su esposa y ambos eran compañeros unidos por un mismo vínculo.

Todo esto queda ilustrado en la novela The Wind from Hastings (el libro del que les hablé al principio, ¿recuerdan?).
Si bien es cierto que Edith "debía" casarse con Griffith (pues su propio padre la ofreció como botín), también es cierto que Griffith era un príncipe celta y, la concepción que él manejaba sobre la mujer, distaba mucho de lo que ella había conocido toda su vida.
Más que un objeto, Grifith ve a Edith como su igual, por lo que se toma la molestia de conocer a su futura esposa e incluso, él también se muestra ante ella al mismo tiempo que le presenta una nueva forma de vida en la que, sin importar su condición de mujer, ella tiene voz y voto como esposa y reina de Gales.

Claro que, muchos de los episodios que se muestran en la novela son ficción, pero hay registros históricos en los que se afirma que el verdadero Griffith ap Llywelyn sentía un gran amor por una de las mujeres de su corte y, esa mujer era nada más y nada menos que Edith de Mercia.

Posteriormente, las maneras celtas y el auto-respeto obtenido gracias al reconocimiento como individuo, marcaron la vida de Edith para siempre, hasta el punto que, después de la derrota de Harold, desapareció todo registro de ella y algunos afirman que cambió su identidad para vivir entre los campesinos celtas de Gales, anónimamente y en paz.

De esta manera, la sociedad celta reconoce la mérito-cracia, así como también el linaje y las riquezas que se poseían sin importar género. Al ser tratados como iguales, las mujeres y los hombres tenían las mismas oportunidades y su relación más que de dependencia o superioridad, era una de fraternidad respetuosa entre individuos.

Las mujeres podían ser guerreras, políticas, reinas o simples campesinas en compañía de sus esposos (o no) y creo que eso, es algo de lo que podríamos aprender. Hombres y mujeres por igual.

¿No creen?



sábado, 13 de agosto de 2016

Puntos suspensivos

Últimamente la idea del suicidio ha rondado mucho por mi mente, y en realidad, empieza a verse bastante tentadora.
Es algo triste, considerando que solo tengo veintidós años. Pero aún así, siento que no he hecho nada útil con mi vida.
A veces me pregunto si hay alguien más que se siente así, o si soy la única…
Ya saben. El típico cliché.

**********
Una escena repetitiva: la mesa ovalada del comedor, los mantelitos tejidos (verdes y rojos de navidad, porque da ladilla cambiarlos). Mi mamá y yo, sentadas en extremos opuestos.
Siempre he comido lento, por lo que usualmente me quedo sola. Aún así, como poco.
El pescado estaba muy bueno. Hacía mucho tiempo que no lo probaba, y mi lentitud habitual se sumó al cuidado que le puse al sacarle las espinas. Es justamente por eso que, aunque lo disfruto, no soy fan del pescado.
Mi mamá siempre come mucho.
Ignoro por qué se quedó ese día en la mesa una vez que había terminado. Pero estoy segura que, para hacerme compañía no era.
—La Virgen de Coromoto está haciendo procesión por estos lugares…
*Sacar espina.*
—…La reliquia de la Virgen, quise decir…
*Agarrar carne.*
—…Osea, por aquí por Los Teques.
*Meter en la boca.*
—¿Con quién hablas, mamá? –le dijo mi hermana Katherine, que había salido de su cuarto para llevarse los vasos que quedaban a la cocina.
—A nadie, porque a mí no me importa lo más mínimo. –pensé.
—Bueno, les estoy comentando –continuó mi mamá– ¡Es que yo no entiendo!
La señora Luisa, que se encarga de dirigir el rosario en la iglesia, lo sabía y no me dijo nada ayer en la mañana.
—¿Y cómo supiste, entonces? –quiso saber mi hermana.
—Porque me encontré a María de Los Ángeles en la tarde. ¡Si no es por ella no me entero!
Katherine terminó de recoger la mesa y después de dejarlo todo en la cocina, se fue a chatear en la sala, por el WhatsApp.
—De verdad –continuó mi mamá– ¡No es fácil! ¡Tratar con la gente no es fácil!
Levanté la mirada del plato y observé fijamente el vasito lleno de agua que tenía delante de mí.
—Nada es fácil, mamá. Ya no.





lunes, 11 de julio de 2016

MI AMIGA ANNE FRANK

Cuando tenía quince años, todas las tardes me sentaba en la mesa comedor de mi casa, frente a la ventana y empezaba a escribir en mi diario. Aunque nunca lo vi como una persona, sí lo veía como una extensión de mí misma, pues allí se encontraban mis pensamientos, tristezas, inseguridades junto con deseos, alegrías y aspiraciones que nadie más en este mundo podría comprender. Fue también a mis quince años que escuché por primera vez el nombre de Anne Frank.
Era una de esas tardes en las que escribía mientras mi abuela escuchaba la radio encerrada en su cuarto, cuando salió se acercó a mí y dijo:
—¿Tú conoces El Diario de Anne Frank?
—No…
—¡Lo acaban de decir en la radio!
—¿Ah, sí?
—¡Sí! Lo escribió una niña judía durante lo de… esto… de los Nazis…
—¿El Holocausto?
—¡Eso! Cuenta todo lo que vivió, que se tuvo que esconder. ¡Dijeron en la radio que es bellísimo!
—Ajá…
—¡Hay que leerlo!
—Será…
Honestamente no me importaba en lo más mínimo.
Un año después me encontraba sentada en el salón de clases, no había profesor, por lo que todo a mí alrededor era una locura. Un compañero al que yo admiraba se me acercó, tenía un libro en la mano.
—¡Épale! ¿Qué más?
—¡Hola! –le respondí viendo fijamente el libro que llevaba: era la foto de una muchacha en un salón de clases, me llamó la atención su cabello negro, muy negro.
—¿Qué libro es ese?
Él me lo dio. Anne Frank, Diario.
Recordé inmediatamente lo que me había dicho mi abuela aquella tarde y repentinamente, sentí curiosidad y deseo por leer lo que había escrito esa niña.
—¿Me lo prestas cuando lo termines?
—¡Seguro! Llévatelo, te lo traje para ofrecértelo.
—¡Gracias!
A partir de ahí, empezó mi relación con Anne.


Esa noche empecé a leer y me sentí algo aburrida. No sé si fue porque era joven o me faltaba cultivar el hábito de la lectura. A veces creo que fue por el hecho de obligarme a leer el libro, pero la verdad es que al principio se me hizo una lectura tediosa.
Aún así, decidí continuar y descubrí que había pasajes que me parecían más interesantes que otros. Odiaba cuando se pegaba a hablar sobre su relación con Peter, me aburría mucho, pero por otro lado me parecía fascinante que a pesar de estar encerrada día y noche, seguía estudiando nuevos idiomas y esas cosas. También me gustaba mucho cuando hablaba de su vida antes de la guerra y sentía una desesperación increíble cuando trataba de ponerme en su lugar, imaginando que ya no salía más a la calle.
La verdad es que Anne me parecía una chica cualquiera a la que le había tocado vivir circunstancias muy difíciles y hasta cierto punto, me sentía identificada con ella, no por las circunstancias sino por el hecho de que podía ser ella misma a través de su diario. Me veía en la honestidad de Anne hacia Kitty, pero sentía envidia porque sabía que yo nunca podría alcanzar esa profundidad emocional que ella logró plasmar en esas páginas, pues esa profundidad y madurez sólo se pueden obtener a través de un gran sufrimiento y una larga reflexión, especialmente siendo tan joven.
La noche que terminé de leer no pude dormir. El saber que aquella chica de mi edad había muerto en un campo de concentración me perturbó mucho, incluso más que todo el diario en sí mismo. Me sentí estúpida por dar por sentado mi vida en ese momento y agradecida por no ser Anne, pero al mismo tiempo sumamente triste. Era como si hubiesen matado a una persona que conocía.
Al día siguiente, llevé el libro al liceo y se lo devolví al compañero que me lo había prestado.
—¿Qué te pareció? –me preguntó ansioso.
—Chévere… –contesté incómoda– Es fuerte.
—¿Sí, verdad? –sonrió él.
Respondí con una sonrisa igual de incómoda que mi respuesta y volví a sentarme.
Hasta allí llegó todo el tema con la señorita Frank.

Hace unas semanas mientras veía televisión, encontré un canal en el que pasaban un documental sobre la vida y obra de la joven, así que decidí verlo. Muchas celebridades hablaban de cómo les había cambiado la vida, de que el mundo sería un lugar mejor si hubiese más personas así y mientras tuve la impresión de que todos querían apropiarse de Anne, yo me sentí terriblemente mal sin saber por qué.
Esa misma semana publiqué un relato sobre cómo me veo hoy en día, en éste difícil contexto llamado Venezuela del año 2016. Admito que no era ninguna obra maestra, pero creo que logré transmitir lo que quería con él y un amigo muy querido me sorprendió diciéndome que lo había leído.
—¿Qué te pareció? –le pregunté emocionada.
—Me preocupó un poco.
—¿Por qué?
—Bueno… Es que, me recordó a Anne Frank.
Quedé en shock.
El deseo del que escribe es comunicar. Particularmente cuando escribo, quiero que los que me leen sientan algo parecido a lo que yo siento, pero también deseo que si alguien ha sentido lo mismo alguna vez, pueda encontrar consuelo en mis palabras, y aunque nunca en mi vida imaginé que podría transmitirle algo a alguien tan profundo como lo que logró Anne Frank, de alguna manera lo hice y mi amigo me permitió saberlo.
Hoy, después de darle muchas vueltas al asunto, he llegado  a la conclusión de que el mundo ha sido, es y será un lugar injusto (muy injusto) y que el dolor y el sufrimiento son los mejores maestros para el ser humano y a pesar de que con su diario Anne nos mostró esto, seguimos empeñados en repetir los errores del pasado, sin importar el contexto socio-histórico en el que nos desarrollemos. También pienso en esas celebridades que vi en aquel programa y que estoy segura ignoran mí sufrimiento, el de mis amigos y el de millones de personas en el resto del mundo que se preguntan cuál es el propósito de tanta injusticia.
Una vez más, la literatura nos demuestra cuán importante es a través de su trascendencia en el tiempo, pero también evidencia no sólo cómo trascienden nuestros sentimientos, sino también nuestra estupidez.
Finalmente, después de tanto cuestionarme  mí misma, entendí que mi escritura y parte de lo que soy, hicieron que alguien recordara a Anne Frank, una joven que sufrió mucho, pero que aún así logró sobrevivir en la historia contra los horrores perpetrados por sus semejantes y eso me ha hecho entender que más allá de nuestras diferencias, ella y yo sí tenemos algo en común.
Es increíble lo que el sufrimiento es capaz de hacer.