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sábado, 25 de febrero de 2017

Espíritu del Carnaval

Corría por las calles al ritmo de la música, golpeando de vez en cuando a uno que otro turista con su vejiga de cerdo disecada, como era tradición.

Su traje rojo brillaba con la luz de los faroles en medio de la noche, pero su máscara de madera con nariz aguileña ocultaba su identidad.

—¡Jokili Kumm, Jokili Kumm! –decía mientras danzaba y golpeaba por las calles de su natal Colonia Tovar.

Risas, cerveza y un extraño dialecto que iba desde el castellano más criollo hasta el alemán más complejo, anunciaban el inicio del carnaval.

Mihael ya había terminado su jornada, y solo una cosa ocupaba su mente.



Siguió corriendo un buen rato, hasta que estuvo frente  a la imponente casa de paredes blancas y techo rojo. Cruzó la puerta del jardín, cuidando que el perro no lo notara y se escabulló sigilosamente hasta llegar a una enredadera que se extendía por lo alto de la pared hasta el balcón. Subió lentamente y con agilidad, hasta que finalmente lo logró.

Se tomó unos minutos para recuperar el aliento, y con cuidado, abrió la puerta corrediza.

Al entrar pudo verla, acostada en la cama, leyendo: El arte de perdonar, podía verse impreso en la portada.

La joven lo miró y sin moverse le dijo

—Eres tú…
—¡No pareces muy alegre de verme!
—Estoy viendo a un bufón.
Soy un arlequín.

Él se quitó la máscara y el gorro. Estaba sudado y sus cachetes estaban rojos, haciendo juego con el resto de su traje.

Mihael ¿Qué haces aquí? ¿Acaso estás loco? ¿Qué pasa si alguien te ve?
¿Qué van a hacer? Tengo el traje y la máscara, así nadie me puede reconocer.
—¡Eres un imbécil!
—Pensé que te parecería romántico –dijo con una sonrisa de burla.
—Nada te parece romántico después de que te han engañado…

El cerró los ojos.

Con el ceño fruncido le reclamó.

—¿De verdad me vas a sacar eso otra vez?
—Te lo sacaré todas las veces que me dé la gana, y si no te gusta, te puedes ir por donde viniste!
—Johanna, por favor…
Yo te amo.
—Aja –respondió ella, fastidiada.
—Vine aquí porque quería verte. Te extraño.
—Lo que tú extrañas es a alguien con quien tirar, que es otra cosa.

Silencio.
Se miraron fijamente, hasta que él, sonriendo le dijo:

—Eres la alemana más criolla que conozco.
—Mis abuelos eran alemanes. Yo no.
—Sólo dame esta noche mujer –le suplicó.
—Sigues vestido de bufón.
—Eso se puede arreglar…

Se acercó a ella y empezó a acariciar sus piernas desnudas. Lentamente, sus manos acariciaban sus muslos.
Aproximó sus labios hasta los de ella y empezó a besarla. Acto seguido, besó su cuello, mientras buscaba sacarle el camisón casi transparente que la cubría.


Johanna solo lo miraba.
No le brindo caricia alguna, ni tampoco hizo ningún gesto de corresponderle.

—¿Qué es lo que te pasa? –preguntó él, sintiendo la evidente indiferencia.
—Nada.
—¿Cómo que nada? ¡No reaccionas!
—Exactamente. Porque no me da nada…
¡Tú ya no me causas nada!
—¿Acaso te volviste frígida?
—Sólo contigo.
—¡Por favor Johanna! ¿Me vas a decir que antes no la pasabas bien conmigo?
—No. Eso no lo voy a negar. Pero ahora es diferente.
—¿Se puede saber por qué? Sigo siendo la misma persona.
—¡No! ¡Ahora eres un maldito imbécil que se acostó con mi mejor amiga y pensó que yo nunca me iba a enterar!

Mihael quedó en silencio mientras veía a Johanna ponerse de pie.

—Ya no siento nada por ti.
Ni amor, ni amistad. Ni siquiera me das ganas de tirar.
No me das nada, y después de verte en ese traje de bufón, menos.

Él bajó la mirada.
Ella nunca se había sentido tan feliz y liberada en su vida.

—Quiero que te vayas –le ordenó.
—De verdad te amo y estoy arrepentido…
—Okey, pero ya vete.
—Por favor… –decía mientras ella lo empujaba hacia el balcón.

Una vez que logró sacarlo dijo:
Auf Wiedersein, Mihael –cerrando la puerta corrediza y dejando caer las cortinas para guardar su privacidad.

Mihael esperó unos segundos, con la esperanza de que ella recapacitara.

Pero no ocurrió.

Humillado y herido en su orgullo, bajó del balcón de la misma manera en la que había subido, cruzó el jardín hasta salir de la casa y perderse en la oscuridad de la calle.

Por su parte, Johanna reflexionó un momento lo que acababa de hacer.

Las manos le temblaban y el corazón le latía muy rápido.

Caminó hasta su mesita de noche al lado de su cama y tomó el libro que leía antes de ser interrumpida. Saltó a la última página y escribió:


“Perdonar es algo maravilloso, pero mandar a la mierda a alguien que se lo merece es aún mejor.”