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lunes, 11 de julio de 2016

MI AMIGA ANNE FRANK

Cuando tenía quince años, todas las tardes me sentaba en la mesa comedor de mi casa, frente a la ventana y empezaba a escribir en mi diario. Aunque nunca lo vi como una persona, sí lo veía como una extensión de mí misma, pues allí se encontraban mis pensamientos, tristezas, inseguridades junto con deseos, alegrías y aspiraciones que nadie más en este mundo podría comprender. Fue también a mis quince años que escuché por primera vez el nombre de Anne Frank.
Era una de esas tardes en las que escribía mientras mi abuela escuchaba la radio encerrada en su cuarto, cuando salió se acercó a mí y dijo:
—¿Tú conoces El Diario de Anne Frank?
—No…
—¡Lo acaban de decir en la radio!
—¿Ah, sí?
—¡Sí! Lo escribió una niña judía durante lo de… esto… de los Nazis…
—¿El Holocausto?
—¡Eso! Cuenta todo lo que vivió, que se tuvo que esconder. ¡Dijeron en la radio que es bellísimo!
—Ajá…
—¡Hay que leerlo!
—Será…
Honestamente no me importaba en lo más mínimo.
Un año después me encontraba sentada en el salón de clases, no había profesor, por lo que todo a mí alrededor era una locura. Un compañero al que yo admiraba se me acercó, tenía un libro en la mano.
—¡Épale! ¿Qué más?
—¡Hola! –le respondí viendo fijamente el libro que llevaba: era la foto de una muchacha en un salón de clases, me llamó la atención su cabello negro, muy negro.
—¿Qué libro es ese?
Él me lo dio. Anne Frank, Diario.
Recordé inmediatamente lo que me había dicho mi abuela aquella tarde y repentinamente, sentí curiosidad y deseo por leer lo que había escrito esa niña.
—¿Me lo prestas cuando lo termines?
—¡Seguro! Llévatelo, te lo traje para ofrecértelo.
—¡Gracias!
A partir de ahí, empezó mi relación con Anne.


Esa noche empecé a leer y me sentí algo aburrida. No sé si fue porque era joven o me faltaba cultivar el hábito de la lectura. A veces creo que fue por el hecho de obligarme a leer el libro, pero la verdad es que al principio se me hizo una lectura tediosa.
Aún así, decidí continuar y descubrí que había pasajes que me parecían más interesantes que otros. Odiaba cuando se pegaba a hablar sobre su relación con Peter, me aburría mucho, pero por otro lado me parecía fascinante que a pesar de estar encerrada día y noche, seguía estudiando nuevos idiomas y esas cosas. También me gustaba mucho cuando hablaba de su vida antes de la guerra y sentía una desesperación increíble cuando trataba de ponerme en su lugar, imaginando que ya no salía más a la calle.
La verdad es que Anne me parecía una chica cualquiera a la que le había tocado vivir circunstancias muy difíciles y hasta cierto punto, me sentía identificada con ella, no por las circunstancias sino por el hecho de que podía ser ella misma a través de su diario. Me veía en la honestidad de Anne hacia Kitty, pero sentía envidia porque sabía que yo nunca podría alcanzar esa profundidad emocional que ella logró plasmar en esas páginas, pues esa profundidad y madurez sólo se pueden obtener a través de un gran sufrimiento y una larga reflexión, especialmente siendo tan joven.
La noche que terminé de leer no pude dormir. El saber que aquella chica de mi edad había muerto en un campo de concentración me perturbó mucho, incluso más que todo el diario en sí mismo. Me sentí estúpida por dar por sentado mi vida en ese momento y agradecida por no ser Anne, pero al mismo tiempo sumamente triste. Era como si hubiesen matado a una persona que conocía.
Al día siguiente, llevé el libro al liceo y se lo devolví al compañero que me lo había prestado.
—¿Qué te pareció? –me preguntó ansioso.
—Chévere… –contesté incómoda– Es fuerte.
—¿Sí, verdad? –sonrió él.
Respondí con una sonrisa igual de incómoda que mi respuesta y volví a sentarme.
Hasta allí llegó todo el tema con la señorita Frank.

Hace unas semanas mientras veía televisión, encontré un canal en el que pasaban un documental sobre la vida y obra de la joven, así que decidí verlo. Muchas celebridades hablaban de cómo les había cambiado la vida, de que el mundo sería un lugar mejor si hubiese más personas así y mientras tuve la impresión de que todos querían apropiarse de Anne, yo me sentí terriblemente mal sin saber por qué.
Esa misma semana publiqué un relato sobre cómo me veo hoy en día, en éste difícil contexto llamado Venezuela del año 2016. Admito que no era ninguna obra maestra, pero creo que logré transmitir lo que quería con él y un amigo muy querido me sorprendió diciéndome que lo había leído.
—¿Qué te pareció? –le pregunté emocionada.
—Me preocupó un poco.
—¿Por qué?
—Bueno… Es que, me recordó a Anne Frank.
Quedé en shock.
El deseo del que escribe es comunicar. Particularmente cuando escribo, quiero que los que me leen sientan algo parecido a lo que yo siento, pero también deseo que si alguien ha sentido lo mismo alguna vez, pueda encontrar consuelo en mis palabras, y aunque nunca en mi vida imaginé que podría transmitirle algo a alguien tan profundo como lo que logró Anne Frank, de alguna manera lo hice y mi amigo me permitió saberlo.
Hoy, después de darle muchas vueltas al asunto, he llegado  a la conclusión de que el mundo ha sido, es y será un lugar injusto (muy injusto) y que el dolor y el sufrimiento son los mejores maestros para el ser humano y a pesar de que con su diario Anne nos mostró esto, seguimos empeñados en repetir los errores del pasado, sin importar el contexto socio-histórico en el que nos desarrollemos. También pienso en esas celebridades que vi en aquel programa y que estoy segura ignoran mí sufrimiento, el de mis amigos y el de millones de personas en el resto del mundo que se preguntan cuál es el propósito de tanta injusticia.
Una vez más, la literatura nos demuestra cuán importante es a través de su trascendencia en el tiempo, pero también evidencia no sólo cómo trascienden nuestros sentimientos, sino también nuestra estupidez.
Finalmente, después de tanto cuestionarme  mí misma, entendí que mi escritura y parte de lo que soy, hicieron que alguien recordara a Anne Frank, una joven que sufrió mucho, pero que aún así logró sobrevivir en la historia contra los horrores perpetrados por sus semejantes y eso me ha hecho entender que más allá de nuestras diferencias, ella y yo sí tenemos algo en común.
Es increíble lo que el sufrimiento es capaz de hacer.


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